jueves, 16 de febrero de 2012

Lucian Freud, retratos

Exposición: Lucian Freud, retratos

Lugar: National Portrait Gallery, Londres

Abierto todos los días de 1000 a 1800, jueves y viernes hasta las 2100

Fecha: 9 de febrero al 27 de mayo de 2012

Lucian Freud (1922 - 2011) fue uno de los artistas más importantes e influyentes de su generación. Pinturas de personas fueron fundamentales para su trabajo y esta gran exposición, que abarca más de setenta años, es el primero en centrarse en su retrato.

Producido en colaboración estrecha con el fallecido Lucian Freud, la exposición se concentra en determinados períodos y grupos de cuidadores, que ilustran el desarrollo estilístico de Freud y el virtuosismo técnico. Pinturas interesantes de los amantes del artista, amigos y familiares, mencionado por el artista como el "pueblo de mi vida", mostrará el drama psicológico e implacable intensidad de la observación de su trabajo.

Con 130 obras procedentes de museos y colecciones privadas de todo el mundo, algunos de los cuales nunca han visto antes, esta es una ocasión única para experimentar la obra de uno de los más grandes artistas del mundo.

En la última gran exposición retrospectiva de Lucian Freud (1922-2011), presentada en Londres y Barcelona hace unos diez años, se llegaba fácilmente a la conclusión de que este artista casi no había cambiado en más de 60 años de trabajo. Sin embargo, en Lucian Freud Retratos, que acapara siete décadas de creación, el cambio es notable; de los retratos nítidos de línea pulcra y mirada precisa de los cuarenta a la carne sin piedad del hiperrealismo que le caracteriza a partir de los ochenta, pasando por una oscilante transición entre ambas formas de abordar la psicología humana.

"Siempre he querido crear drama en mis obras. Por eso, pinto personas". Así definió el pintor su elección de familiares, amigos o modelos para retratar, como la reina Isabel II, a la que plasmó en un lienzo de la medida de un folio A4, o al brigadier Andrew Parker Bowles, al que captó con uniforme bien surtido de medallas y galones, echado en un destartalado sillón. "Gente en mi vida", tildó a los que inmortalizó.

Sandy Nairne, director de la National Portrait Gallery, el museo que acoge la exposición de 130 obras del 9 de febrero al 27 de mayo en Londres, dijo el pasado verano a Público tras la muerte del pintor: "Freud ha colaborado activamente con nosotros para seleccionar las obras de la muestra; se nos ocurrió la idea de empezar la Olimpiada Cultural con retratos hechos por él, se lo comentamos y le gustó". A principios de agosto ya estaba casi todo listo para esta muestra que viajará después a EEUU.

Una de las herramientas de las que se sirve Freud, nieto del padre del psicoanálisis, es del uso de los espejos para crear perspectivas desafiantes y reflejos a su ojo y al del observador de sus cuadros. William Feaver, biógrafo del pintor, dice que Freud ha acarreado el mismo espejo por las tres casas que ha habitado en Londres desde su llegada de Alemania en la década de 1930. El espejo en cuestión ha ido del barrio de Paddington al de Maida Vale y de allí a Holland Park, oeste de Londres, donde murió el recluso artista, alérgico a la inauguración de sus exposiciones, las entrevistas o las apariciones públicas.

El espejo es notorio en muchas obras, como Reflejo con dos niños (Autorretrato), de 1963, un préstamo del Museo Thyssen de Madrid en el que su imagen se reproduce desde un espejo en el suelo y los niños aparecen vistos de frente. A pesar de que el espejo es imprescindible para los autorretratos, él lo utiliza para captar distintos ángulos.

Psicología y óleos

Con Hombre con una pluma, de 1943, arranca una exposición en la que la estructura cronológica constituye el hilo conductor que deshilvana la muestra de retratos y el modo de pintar durante 70 años. "Para mí, pintarse a uno mismo es más difícil que pintar a los demás, porque el elemento psicológico es más difícil de atrapar; no podría poner nada en el cuadro que no estuviese delante de mí", explicó Freud.

Lucian llevó una vida familiar poco convencional. Reconoció 14 hijos con seis mujeres (con una de sus exesposas no tuvo descendencia). Jane McAdam Freud es una de la gran prole, la mayor de los cuatros hijos del pintor con Katherine McAdam. Nacida en Londres en 1958, Jane se ha hecho un lugar propio en la producción de arte. Perdió el contacto con su padre de joven, pero recuperó el tiempo perdido en los últimos 20 años y estuvo mucho tiempo con él antes de morir. De esta relación han salido una serie de obras, Lucian Freud Mi Padre, que ahora expone en el Museo Freud, la casa que habitó Sigmund Freud al huir de la persecución nazi de 1938 hasta su muerte en 1939. Allí recibe a Público para hablar de su padre y del trabajo de ambos.

"Hasta los 8 años, mi padre era una presencia constante en mi vida, me dedicada mucha atención cuando yo pintaba o dibujaba, él trabajaba en el estudio adyacente a nuestra casa y venía a vernos a menudo", recuerda la escultora, que estudió arte en Roma y regresó a Londres de treintañera. Los 14 hermanos paternos nunca se han sentado juntos alrededor de una mesa, así y todo el padre tenía tiempo para cada uno de ellos por separado. "Pronto me di cuenta de que mi padre no era un padre convencional; si me preguntaban por él, cambiaba de tema o decía que trabajaba en una oficina", apostilla.

"En 1989, a mi regreso de Roma, mi hermana Bella [la diseñadora] me sugirió ir a ver a mi padre porque él había preguntado por mí y por mi trabajo. Yo quería verle de nuevo, pero me intimidaba el reencuentro, hasta que fui y resultó más natural de lo temido. Empezamos los dos a esculpir con cera y él me animaba y elogiaba mi trabajo", cuenta la hija, que tras el reencuentro con su padre planeó retratarlo.

El pintor no era de los que estaban quietos mucho rato, así que optó por la arcilla en lugar del dibujo. Escogió la arcilla como metáfora de la tierra y la naturaleza, principio y fin del ciclo vital. El busto está hecho para ser colocado en el suelo y es la obra principal en la exposición Lucian Freud Mi Padre, otras son retratos hechos a lápiz en su lecho de enfermo o descan-sando, con los ojos abiertos o cerrados.

Confianza para cambiar

"Me sentía privilegiada de trabajar con él y, para mí, era vital que yo ya tuviese un nombre y una profesión formada, ajena a su apellido y a su sombra. Pasé mucho tiempo con él en los últimos años de su vida, estaba enfermo y decidimos no hablar de su enfermedad, pero sí de arte. Pintó hasta tres semanas antes de morir", cuenta la hija de Freud, que explica el cambio en el estilo de su padre debido a la confianza que adquirió en sí mismo. "Al principio era muy ilustrativo. En cambio, después se interesa por el material y por la utilización del medio de forma libre. Uno no necesita pintar cada pelo de las pestañas para ir a la esencia básica si tiene confianza consigo mismo", añade Jane.

El pintor dejó su legado y su herencia atada y bien atada. De esto no se habla. No apunta a que la muerte del artista desencadene una lucha familiar por la herencia, como ocurrió con Pablo Picasso. Jane comenta al respecto: "No, no creo que veamos nada de rivalidades y luchas sobre qué le toca a quién; es mezquino, Sigmund lo llamaba el narcicismo de las pequeñas diferencias".

En esta cascada de consecuencias y coincidencias de exposiciones con la muerte del pintor, la galería Balin/Southern de Londres presentará un centenar de dibujos y obras sobre papel del fallecido. Pruebas y bocetos, algunos de los cuales tuvieron continuidad en óleos sobre lienzos. Lucian Freud Dibujos se abre al público del 17 de febrero al 5 de abril y se presentará en la galería Acquavella de Nueva York del 1 de mayo al 9 de junio de 2012.

Algunos han descrito su forma de trabajar como la danza del cazador. En pie, de noche, con el torso descubierto, los ojos clavados sobre su presa y los brazos y manos llenos de pintura. Las sesiones de posado en el estudio londinense del pintor Lucian Freud (1922-2011) suponían una extenuante experiencia física y psicológica para sus modelos. El nivel de entrega a sus exigencias era máximo. Y la intensidad de la personalidad de un artista hermético y apasionado, simplemente agotadora.

Pero las 130 obras, pintadas a lo largo de siete décadas, exhibidas desde hoy en la exposición «Retratos de Lucin Freud», en la National Portrait Gallery de la capital británica, desvelan un Freud amante de las criaturas que representaba. Un naturalista curioso ante el mundo a su alrededor, convertido en cirujano de las personalidades, pincel en mano en vez de bisturí.

«Su método de pintar es muy interesante. Todo era muy lento, daba cabida a la conversación, a que el carácter se manifestara, a crear intimidad con sus maniquíes y, al final, el resultado es un retrato con tantas capas que es imposible que una fotografía lo recoja», nos explica Sarah Howgate, comisaria de la exposición en la que trabajó Freud durante sus últimos años. «Exigía un compromiso increíble a sus modelos, pero todos sentían el privilegio de posar para alguien tan fascinante».

«Gente en mi vida»

Su mirada obsesiva busca los distintos sedimentos que la vida dejaba en sus retratados. Hasta que su pincel localiza en esos seres entregados al sacrificio pictórico la naturaleza animal que todo humano lleva dentro. El resultado son sus penetrantes retratos psicológicos, con ecos a veces de la sensualidad de Rubens, la franqueza de Rembrandt o la violencia de De Kooning, constitutivos en realidad de un universo artístico propio en el que es imposible separar los elementos técnicos de la personalidad de Freud y los estados de ánimo de sus retratados, a quienes Freud definía como «gente en mi vida».

«Cuando pintaba, no reconoce géneros, pinta con la misma pasión un hombre que una mujer o el fondo que elegía para cada cuadro, los pintaba como animales», explica a ABC Michael Auping, responsable de Arte Moderno en Fort Worth (Texas), que albergará la exposición tras su cierre en Londres el próximo 27 de mayo. «Era una persona muy reflexiva, muy visual, no le gustaba teorizar», dice, y recuerda una anécdota para mostrar la intensidad del personaje: «La primera vez que me entrevisté con él llegué 40 minutos antes a su casa por lo nervioso que estaba, pero llamé a la puerta solo dos minutos antes de la cita. “¡Llegas dos minutos antes!”, me gritó al recibirme».

La exposición sigue un orden cronológico, que permite observar la evolución de sus retratos de rostros en los 50 a la emergencia del cuerpo, a menudo desnudo, en los 60 y los 70. En «Chica en la cama» (1952), pinta a su segunda mujer, Caroline Blackwood, en el hotel parisino en el que residieron unos años. Su actitud es juvenil y ensoñadora. Nada que ver con el ser fantasmagórico corroído por la ansiedad que pintó en ese mismo lugar, solo dos años más tarde, en «Habitación de hotel», donde captura el momento de la ruptura del vínculo entre dos personas. «Me levanté y no volví a sentarme», dijo el pintor, a la vez que el hombre.

El nieto del creador del psicoanálisis nació en Berlín y emigró con sus padres en el 33, huyendo del nazismo. Para él, la relación con sus modelos como una «transacción». «Si tú hablabas, él dejaba de pintar, con lo que las horas se alargaban», explicó en su día el crítico Martin Gayford. Pintó a su madre, Lucie, durante años, su hija Bella posó durante más de dos años para el retrato expuesto, retrató a su primera mujer, Kitty, y a la segunda, Caroline, y representó a sus amigos artistas como David Hockney y Francis Bacon, al coreógrafo Leigh Bowery o al barón Thyssen (1983-1985) en el cuadro que abre la muestra. Amigos, familiares y conocidos desnudados por un pintor que buscaba, en realidad, la vida bajo la carne.

El último Freud en primicia

Una búsqueda que proyectó en sí mismo desde su primer autorretrato, «Hombre con una pluma» (1943), donde aparece vestido con traje y corbata y una pluma en la mano. En «Reflexión» (1985), las indagaciones en su propio yo llevan ya esta etiqueta de reflejo, fruto de la proyección de los espejos que usaba para pintarse, y de reflexión sobre sus adentros. «Intento verme de forma inesperada, intento pintar lo que realmente hay ahí, aquello que no veo o que no quiero ver de mi mismo», decía el pintor.

«Sometía a los mismos escrutinios a los objetos que a las personas o los animales, pero su mirada no es animal», nos comenta el curatorMarco Livingston. «Claro que hay aspectos violentos en lo que muestra, y sentarse para él durante meses puede ser hasta una forma de tortura, pero, a cambio, les estaba inmortalizando», dice.

La muestra, la primera gran exposición del artista en una década, se cierra con el retrato inacabado del galgo o «Portrait of the Hound», la obra en la que trabajaba cuando murió el año pasado y que se expone por primera vez. El cuadro forma parte, en realidad, de una serie de retratos de su amigo y asistente desde en la última década de su vida, David Dawson, y su perro Eli, de quien Freud no llegó a pintar sus cuartos traseros. Unos retratos «muy humanos, pintados con suavidad», en opinión de Howgate, que reflejan el amor del pintor-naturalista a ese paisaje humano inmediato en que se resumía la vida para él.


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